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MATAR TE CONVIERTE EN ASESINO


Vivimos pensando en el mañana, impacientes por que llegue el fin de semana o esa noche tan especial, cumplir los 18, formar una familia e incluso, alcanzar la edad de jubilación para librarnos de ese odioso trabajo y comenzar a quejarnos por las dolencias de la vejez.

Criticamos a aquellos que tienen la osadía de renunciar a esta vida esperando a que se materialice la promesa de una grata eternidad, pero no nos damos cuenta de que nosotros también malgastamos la nuestra bajo el consuelo de que pronto llegarán tiempos mejores. Y mientras, en nuestra búsqueda por alcanzar esa felicidad eterna en vida, arrasamos con todo.

Hoy en día, uno de los requisitos indispensables que precisa un buen ciudadano es estar dotado de una adecuada capacidad crítica que le permita discernir las injusticias que acontecen. Sin embargo, es esa habilidad crítica la que me permite reconocer que el mundo está patas arriba, completamente del revés. Me estoy empezando a cansar de tanta indignación. Se podrían usar las mismas coletillas para cada tema de debate: “nuestra actitud negligente”, “nuestra intencionada indiferencia”, “barbarie por doquier”, “contradicciones sociales”. Somos tan redundantes que me resulta absurdo reiterarme en mis comentarios cuando podrían resumirse, fácilmente, en uno solo. Un gran compendio de nuestra deleznable existencia.

Pero esta vez sin conclusión, sin propuestas de mejora ni alternativas esperanzadoras. No quiero tranquilizar al mundo para que continúe dulcemente dormido. Debe despertar, aunque sea de espanto. Ha llegado el momento de arriesgarse a despertar al sonámbulo.

Es evidente que nuestro paso por el mundo nunca estará a la altura de nuestras expectativas, siempre querremos más sin importar las consecuencias. Esas secuelas de las que todo el mundo habla, las que tanto nos inquietan a pesar de ser nosotros los principales causantes. Sí, me refiero a las guerras, enfermedades, crisis y demás preocupaciones existenciales que nos atañen.

No obstante, siempre olvidamos algo. Un asunto que, prolongado en el tiempo y llevado a extremos inimaginables, se ha convertido en uno de los principales problemas ocultos de la humanidad, cuyo punto de inflexión se encuentra alarmantemente lejos de suceder. Hablemos de especismo.

El especismo  es un tipo de discriminación moral, como el racismo (discriminación basada en la raza) o el sexismo (discriminación basada en el sexo). En concreto, el especismo se ensaña con aquellos que no son miembros de una determinada especie. Es decir, se basa en el favorecimiento injustificado de una especie sobre las demás.

Ahora bien, ¿cuál es el alcance real de todo este asunto? ¿Hasta qué punto retorcemos este concepto?

El especismo hace acto de presencia en, prácticamente, cada acción humana y por si eso fuera poco, sus consecuencias son catastróficas, tanto para sus víctimas directas como para toda la humanidad. Antes de criticar esta concepción como pesimista existencial permítame decirle que es muy fácil reducir la magnitud del problema cuando este no le afecta directamente. Pruebe a desarrollar su empatía y arriésguese a ampliar su campo de visión, o inténtelo al menos, porque abarcar a las más de 20.000 millones de vidas que se cobra la agroindustria animal anualmente, solo en Estados Unidos, es cuanto menos complicado (19.011 animales terrestres y marinos por minuto). Para que pueda hacerse una idea, la población de 10.000 millones de animales de cría en este mismo país prácticamente duplica a la población humana mundial.

Existen cuatro ámbitos principales en los que se desarrolla el especismo: alimentación, experimentación, entretenimiento y vestimenta. Nos comemos, torturamos, utilizamos y nos vestimos con animales no humanos. Consumimos seres sintientes. Así de simple.

En realidad esto no es del todo cierto. Sería más preciso afirmar que consumimos seres sintientes en función de diversos aspectos (culturales, geográficos, religiosos, etc.). ¿O es que acaso usted se comerías a su perro? Por supuesto que no, resulta impensable para un occidental la idea de comerse a un perro. Las mascotas tienen nombres, son simpáticas y divertidas, cuidas de ellas e incluso, las aceptas como un miembro más de la familia. Nadie se comería a Toby, a Rocky o a Lucy, no hay motivos para ello  y solo pensarlo resulta asqueroso.

El hecho de aceptar la convivencia con otras especies demuestra el alto nivel de tolerancia y adaptación del ser humano, pues la realidad es que, en mayor o menor medida, nos preocupan los animales y no queremos que sufran. Teniendo esto en cuenta, ¿cómo se las arregla este sistema para que corrompamos estos valores sin siquiera inmutarnos? La respuesta es muy sencilla, solo hay que clasificar a los animales en distintas categorías: presas, depredadores, plagas, mascotas o comida, e inmediatamente nuestro trato hacia ellos se verá condicionado según esta distribución. Para ello, también es necesario crear estereotipos para cada animal, esto es, un perro es fiel, servicial, amigable, divertido, cariñoso y juguetón, mientras que por el contrario, un cerdo es sucio, holgazán, ruidoso, ridículo, feo y asqueroso. Pregúntale a un niño con cuál de estos animales prefiere jugar… et voilà! Resultado conseguido: uno sobre tu regazo y otro sobre tu plato. Es curioso cómo infectamos a los animales con nuestros propios prejuicios.

Es así como el sistema bloquea nuestra empatía y modifica la percepción de nuestra conducta para que parezca que coincide con nuestros valores. Todo un maquiavélico plan urdido con el único objetivo de beneficiar los intereses económicos de grandes industrias que se lucran a costa de falacias como “Necesitamos SUS proteínas” o “Somos omnívoros por naturaleza, no podemos elegir” o “Sin leche no hay calcio” o “Las ordeñamos por su bien” o “Ponen sus huevos para que nosotros los tomemos”. Esas mentiras que con gusto nos tragamos son los pilares fundamentales que sustentan nuestra querida industria cárnica y la ganadería a nivel mundial.

Me enfoco principalmente en el especismo en el ámbito de la alimentación, ya que es el que más controversia suscita. Por lo general, el maltrato animal en espectáculos, experimentación, e incluso en vestimenta ha adquirido un mayor rechazo con el paso de los años. En cambio, asesinar a miles de millones de animales para nuestra alimentación suele estar más aceptado. Dado que comer es una necesidad fisiológica, la industria cárnica y la ovoláctica han encontrado menos inconvenientes a la hora de justificar la crianza, el hacinamiento, la explotación y la matanza de seres sintientes a escala masiva. En realidad, este proceso no tiene que ser cruel, los procedimientos operativos estándar no están diseñados para ser violentos. No es su objetivo ni su intención. Simplemente, están diseñados para ser rentables y si lo más asequible es masificar y hacinar a los animales en condiciones lamentables, eso es lo que sucederá. Y eso es lo que sucede. Es así como cosificamos al colectivo animal, despojándolo de su individualidad y convirtiendo su bienestar en un obstáculo para el desarrollo económico de las empresas.  Pero lo cierto es que no podemos justificar el dolor que causamos con el placer que recibimos a cambio. Y sí, utilizó el término “placer”, porque comer animales no es una necesidad, sino una elección. Cuando se trata de alimentos de origen animal, lo más probable es que todas las preferencias sean adquiridas. Se trata de una correlación, de igual modo que nuestras creencias determinan nuestra conducta, nuestra conducta refuerza nuestras creencias.

Ahora bien, si le da igual ser un títere del sistema y no quiere renunciar a su carne, aún a costa de su moralidad, permítame abordar el tema desde un modo más objetivo y centrarme en un aspecto que nos concierne a todos de igual modo, ¿qué me dice si le digo que por mucho que utilice el transporte público para maximizar el ahorro, cierre el grifo mientras lava sus dientes o separe sus residuos de forma eficiente y constante cual ciudadano ejemplar, no estará haciendo ni una cuarta parte de lo que haría reduciendo o erradicando su consumo de alimentos de origen animal? Cuando se trata de cambio climático, la ganadería es la principal responsable.

Así pues, hay una sola industria destruyendo el planeta más que cualquier otra. Es la principal causante del calentamiento global, extinción de especies, destrucción del Amazonas, contaminación del agua y de las “zonas muertas” de los océanos. Aún así, este desastre ecológico es ignorado por las instituciones que más deberían preocuparse. Mientras la población mundial siga sustentando la ganadería y la agricultura animal la sustentabilidad (equilibrio entre el medio ambiente y el uso de los recursos naturales) seguirá siendo una realidad inalcanzable. Quizás, en unos años, los únicos paisajes naturales que podamos observar sean los fondos predeterminados de la pantalla de un ordenador.


El especismo es una problemática incuestionable en la sociedad actual que solo puede ser combatida desde su contrario: el veganismo. Pero no estoy hablando de un cambio dietético exclusivamente, sino de un veganismo ético que además de rechazar el consumo de todo producto de origen animal, también extienda dicha filosofía a todos los ámbitos de la vida. No solo por las víctimas, sino por nuestra salud y por una mejor estancia en el planeta.

Si no he querido nombrar este término con anterioridad se debe exclusivamente al cambio de mentalidad que se produce en el receptor en cuanto escucha la palabra “veganismo”. Suele ser asociado con una corriente extremista de hippies trastornados que no tiene fundamento ni viabilidad. Pero ese pensamiento dista mucho de ser cierto y el único modo de abandonar este estereotipo es la búsqueda de información. Los datos están ahí, solo hay que documentarse, tener el valor de cuestionar nuestras más arraigadas creencias y aceptar la posibilidad de haber estado equivocados toda una vida. Ha llegado el momento de pasar a la acción, porque la ignorancia no es una opción válida y la neutralidad favorece siempre al opresor.



 Johanna Suárez



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